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Tic-tac, tic-tac por siempre a las 5:55

Francisco Miraval

En la pared de un rincón casi olvidado de mi oficina hay un reloj al que cada vez le queda menos batería. Aún sigue funcionado y claramente se escucha su tic-tac, pero las agujas no se mueven y el reloj siempre marca la misma hora: 5:55.

La situación me hizo pensar en lo que nos pasa a muchos de nosotros quienes, a pesar de que seguimos funcionando, estamos cada vez más desconectados de nuestra fuente de energía interior y, aunque nuestro corazón sigue latiendo, estamos detenidos en el tiempo, muertos en vida, ajenos a la realidad y a los cambios a nuestro alrededor.

Solucionar el problema del reloj en mi oficina es sencillo. Solamente se requiere colocarle una nueva batería y quizá algún día de estos yo lo haga. ¿Pero de qué servirá? Si quiero saber la hora, mi teléfono, la computadora, el microondas y quizá media docena más de artefactos en la oficina me dicen la hora constantemente.

Por eso, aún funcionado perfectamente, aquel reloj con manecillas seguiría tan olvidado como lo está ahora, cuando ya le quedan tan pocas fuerzas que ni siquiera puede mover sus manos.

Pero, a la vez, ¿cómo reconectamos a una persona con su fuente de energía no solamente para que esa persona recupere su lugar en el mundo sino para que también recupere y ya no pierda su dignidad?

Porque, al contrario de lo que sucede con el reloj, las personas no son (no somos) objetos que necesitamos ser útiles para ser apreciados, a pesar de que esa perspectiva es precisamente lo que se enseña, promulga e impulsa en nuestra sociedad.

Kafka ya había advertido que el sentirse inservible y bueno para nada nos convertiría en algo impuro, indeseado y repugnante para otros y para nosotros mismos, haciéndonos perder en poco tiempo los últimos vestigios de humanidad que aún permaneciesen dentro de nosotros.

Y Fromm lamentaba que hubiésemos dejado de amar a las personas y usar a las cosas para hacer ahora exactamente lo contrario.

Por lo tanto, ayudar a que una persona recupere su lugar en el mundo y su dignidad (en sí misma y ante otros) no significa ayudar a que esa persona encuentre algo para hacer porque de esa manera se sentirá “útil”. De hecho, considerar que alguien sólo tiene valor por su utilidad (contribuciones, aportes) es deshumanizar a esa persona.

Además, en un mundo en constante cambio y con obsolescencia preprogramada, la supuesta utilidad que uno pueda aportar es efímera y, por eso, la persona a quien quisimos ayudar quedará al final del ciclo aún peor que al principio si toda nuestra ayuda se basase solamente en su “utilidad”.

¿Qué hacer, entonces? Quizá debamos reconocer que no todos los relojes quieren marcar la misma hora y que algunos relojes prefieren usar toda su energía en no marcar ninguna hora.

Quizá el dejar de tratarnos como máquinas queden ser “reparadas” nos devuelva nuestra dignidad. Quizá reconectarnos con un tiempo no mecánico nos devuelva nuestra energía creativa y nuestra identidad personal. 

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