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Todavía existe esperanza, si superamos nuestros prejuicios

Francisco Miraval

Desde hace muchos años me dedico a temas de diversidad cultural y comunicaciones interculturales y trabajo en un ambiente de alta diversidad étnica, lingüística y religiosa. Creí haber aprendido mucho y, como consecuencia, haber superado muchos de mis prejuicios y estereotipos. Hasta que el domingo pasado una jovencita me convenció de mi error.

Molly Culhane tiene sólo 14 años. No hablé con ella, sólo la escuché. De hecho, Molly fue una de las oradoras en la sesión plenaria de cierre el pasado domingo 7 de abril de la 13º Conferencia Nacional de Reforma de Medios, en Denver, organizada por Free Press (www.freepress.net).

Durante tres días, asistí a numerosas sesiones de esa conferencia y escuché presentaciones por parte de artistas, activistas, músicos, profesores, educadores, investigadores, escritores, poetas, periodistas y numerosos otros expertos en una variedad de temas. Por eso, cuando Molly ocupó su lugar para hablar en la sesión final, sinceramente pensé que no era lo apropiado.

También pensé que no aprendería nada de ella. Después de todo, ¿qué me puede enseñar una jovencita que no me conoce, no habla el idioma natal que yo hablo, no pertenece a mi generación, ni siquiera vive en el mismo estado, no es de mi comunidad y probablemente ni siquiera de la misma religión?

En otras palabras, me repetí a mí mismo todas las razones por las cuales, a mi edad y con mis conocimientos, no tenía sentido escuchar a Molly, mucho menos esperar aprender algo de ella.

Debo confesar que yo estaba muy equivocado y que me da vergüenza que yo haya dejado que mis prejuicios dirijan mis decisiones, es decir, que suceda precisamente aquello contra lo que constantemente lucho.

Molly pertenece a New Moon Girls (www.newmoon.com), una organización que impulsa la creatividad artística y la educación de niñas de 8 a 12 años en un sitio web seguro y sin avisos. Pero Molly no habló de su organización, excepto sólo al pasar. Ni tampoco contó ninguna historia trágica. Ni bailó, ni cantó, ni actuó. Sólo habló de los medios. Y lo hizo muy bien.

Su presencia sobre el escenario, su postura y actitud tranquilas a pesar de estar hablando ante cientos de adultos (que probablemente estaban pensando lo mismo que yo), su conocimiento del impacto que ciertas leyes tienen y tuvieron en los medios, y su análisis sobre sexualización y deshumanización de las niñas resultaron simplemente asombrosos.

Pero todo eso resulta asombroso solo porque la realidad está tan distorsionada que lo que debería ser normal (y en muchos casos lo es), como que una jovencita sepa y pueda expresar sus ideas de manera convincente y articulada se ha transformado en una novedad, en una sorpresa. En otras palabras, estamos condicionados a esperar a una “princesita” o algo peor, en vez de una persona pensante, sin importar su edad.

Me quejo porque frecuentemente me confunden con un empleado de limpieza, pero nunca con un profesor de filosofía. Pero acabo de describir que soy tan prejuicioso como aquellos de quienes me quejo. ¡Qué feo!

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