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Project Vision 21

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Vivimos en una sociedad congelada, tan congelada como nosotros mismos

Nos sentamos frente a una pantalla (cualquiera que sea) para ver algo e inmediatamente proclamamos que no hay para ver, ni siquiera después de haber revisado docenas de canales, o de haber buscado centenares de opciones. Y si miramos algo, aunque sea nuevo, ya sabemos lo que va a pasar porque es igual a lo que hemos visto antes en otra película o en otra serie.

Entonces decidimos mirar las noticias o buscarlas en línea y nos encontramos en una situación parecida: cambian los nombres y los lugares, pero las historias son las mismas: una guerra aquí, una matanza allá, un escándalo por corrupción más allá. Y, como siempre, alguien que sólo es famoso por ser famoso y que no dice nada que tenga sentido, pero que se repite infinitamente.

Quizá para escapar de esa situación, muchos acuden a iglesias o a centros religiosos a escuchar sermones y predicaciones. Y pronto descubren que semana tras semana se repite exactamente lo mismo, una y otra vez, sin avanzar y sin profundizar el tema. Siempre lo mismo, como si fuese algo nuevo, pero no lo es. Se repite lo que ya se dijo sin reconocer que ya se lo dijo. 

Estas y otras muchas situaciones similares son claros ejemplos de que nuestra sociedad (es decir, nosotros mismos) está congelada, tanto figurativamente como en la realidad. Hemos entrado en un ciclo de repetición continua de lo mismo al punto que ni el entretenimiento nos entretiene, ni las noticias nos informan, ni las predicaciones nos transforman. 

“Todo es igual, nada es mejor”, decía sabiamente el tango Cambalache en referencia al siglo 20. Y en el siglo 21, esa repetición de “Todo es igual, nada es mejor” se ha tecnologizado y globalizado en el marco de las redes sociales, en las que, a pesar de que miles de millones de personas participan, sólo se ve lo mismo una y otra y otra vez.

Nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros corazones, nuestras almas, nuestras mentes y nuestros espíritus están congelados, inmóviles, incapaces de permitir que la vida vuelva a fluir. Y a eso lo llamamos “normalidad” y “realidad”.

Hace dos milenios y medio, Heráclito enseñaba que la vida era (es) un río en el que “no se puede entrar dos veces”, subrayando así no sólo la fluidez de la vida, sino que la única manera de experimentar la vida es vivirla. 

Si ese río de la vida fluye y en él se deposita un cubo de hielo, el hielo se vuelve agua y el río sigue fluyendo. Pero si al río llega una inmensa cantidad de hielo (por ejemplo, una gran nevada en el invierno), el agua del río se vuelve hielo y el río deja de fluir. Eso es lo que nos pasa a nosotros.

Pero ¿quién nos congeló? ¿Quién nos puso dentro de un congelador y allí nos mantiene, aunque tenga que pagar la cuenta de la electricidad? 

No lo sé, pero, según Dante, el centro mismo del infierno, allí donde está Satanás, está congelado. 

 

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