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Yo no sabía que los soldados de la Guerra de las Galaxias hablaban

Francisco Miraval

Yo no sabía que los soldados de la Guerra de las Galaxias (esos soldados del Imperio con uniformes blancos) hablaban. La razón de mi ignorancia es sencilla y hasta perdonable: la primera vez que vi las películas de la Guerra de las Galaxias (hace varias décadas) fue en español y esas películas no incluían la traducción de lo que hablaban esos soldados.

Solamente décadas después, tras haber aprendido suficiente inglés, me enteré que no solamente los soldados imperiales hablaban, sino que lo hacían en inglés. Y aún más sorprendente, ahora yo podía entenderlos.

No creo que haya ninguna ventaja existencial, epistemológica o ética de saber que los soldados imperiales hablan y que lo hacen en inglés. Pero ese no es el punto central de este comentario. El punto central en que mi “ignorancia” de ese hecho se basaba en limitaciones culturales y de idioma.

Años después, al experimentar otra cultura y aprender otro idioma, no solamente pude escuchar sino también entender a esos soldados de película. Y eso nos lleva a una pregunta clave: ¿qué otras realidades existen de las que no tenemos consciencia debido a limitaciones culturales y de idioma?

Dicho de otro modo, ¿qué existe más allá de los límites de lo que conocemos y cómo hacemos para no confundir los límites de nuestro conocimiento con los límites de la realidad?

Wittgenstein decía que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestra realidad. Y se dice que alguna Borges afirmó que los límites de nuestra biblioteca son los límites de nuestra realidad.

En uno y otro caso, el pensador y el escritor parecen coincidir en que existe una realidad más allá de lo que conocemos y que no conocemos esa realidad simplemente porque no nos hemos atrevido a explorarla debido a las limitaciones (impuestas o autoimpuestas) de nuestros conocimientos. 

Es verdad que las urgencias diarias muchas veces nos alejan, y por buenos motivos, del lujo de la reflexión. Pagar la renta o la hipoteca, comprar la comida y enviar los hijos a la escuela tienen prioridad sobre las meditaciones filosóficas. Bien señalaba Aristóteles aquella conexión entre pensar y disfrutar de ocio o de tiempo libre.

Pero esa atrapante rutina diaria parece ser cada vez más pequeña y poner cada vez más empeño en que sepamos cada vez menos y pensemos cada vez menos. El pensamiento se reemplaza por el cálculo, la reflexión por los comentarios de expertos, y la meditación por el aislamiento.

Pero en ningún caso ninguna de esas actividades lleva a una profundización del autodescubrimiento ni al acceso a nuevas dimensiones del ser propio y universal. Y entonces seguimos tan ignorantes de la realidad como en algún momento me tocó ignorar que los soldados galácticos hablaban.

¿Quién o qué más nos habla sin que lo escuchemos? ¿Qué otras voces llegan hasta nosotros sin que las entendamos porque nadie nos las traduce? ¿Qué idioma tendremos que aprender para poder escuchar?

Debido a mis propias y autoimpuestas limitaciones, no tengo respuestas a ninguna de esas preguntas.

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