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¿Aprenderemos de un pasado obsoleto cómo enfrentar un futuro incierto?

En la segunda mitad del siglo XX, mi país natal, Argentina, experimentó una continua serie de problemas económicos y sociales que hicieron que a la moneda nacional se les fuese quitando ceros para evitar la impresión de billetes con ridículas denominaciones.

De hecho, tantos ceros se le quitaron (es decir, tanta fue la devaluación) que un peso de hoy es una mil millonésima parte de lo que era el peso argentino a mediados del siglo pasado. Dicho de otra manera, el poder adquisitivo de la moneda argentina actual es mil millones de veces menor de que era antes.

Ante esa devaluación, las distintas administraciones de turno implementaron una serie de medidas demagógicas y populistas. Por otro lado, el pueblo, usando su astucia e instinto de supervivencia, inventó originales manera de sobrevivir y de mantener cierta dignidad y normalidad en medio de esa crisis.

Muchos de aquellos recuerdos que durante décadas estuvieron casi olvidados en algún oscuro lugar de la memoria regresaron a mi mente debido a la inevitable comparación entre aquella crisis económica y la que hoy se vive en Estados Unidos. Y aunque las diferencias son muchas y notorias, dos cosas tienen en común: el populismo del gobierno y la creatividad de la gente.

Con respecto al primer elemento, mi impresión es que Estados Unidos se está “tercermundizando”, en el sentido de implementar amplios programas sociales, en muchos casos necesarios, pero pagándolos con un alto índice de inflación (por eso se habla de déficits de cientos de trillones de dólares), a la vez que los límites entre los tres poderes son cada vez más porosos y los derechos individuales cada vez menos evidentes.

Muchos de los inmigrantes de América Latina estamos acostumbrados a ese tipo de políticas y también hemos visto las consecuencias de esas acciones.

Y aunque sabemos cómo sobrevivir en tales circunstancias, la verdad es que en muchos casos ya nos hemos olvidado cómo hacerlo, debido a las urgencias que nos impone este país y al acostumbramiento a su cultura y sociedad.

Pero ahora, cuando el trabajo escasea, cuando la competencia se incrementa y cuando el resentimiento anti-inmigrante se agudiza, muchos inmigrantes, como me pasa a mí, rescatan del baúl de los recuerdos aquellos episodios del pasado y reactivan su instinto de supervivencia.

Imágenes de hiperinflación, desabastecimiento, escases, largas filas en los supermercados o en las gasolineras, hospitales con servicios inadecuados, marchas y protestas, inestabilidad social y política y disturbios callejeros se repiten ahora en las mentes de aquellos inmigrantes que pasaron por situaciones similares en su países y que fervientemente desean que no se repitan esas situaciones en este contexto.

¿Pero sirve ese pasado para determinar nuestra conducta presente? ¿Podemos aún aprender algo de un pasado que se ha vuelto social, cultural y tecnológicamente obsoleto para enfrentar un futuro cada vez más incierto?

Sí, porque, después de todo, si hay algo que los inmigrantes sabemos hacer es ser creativos para sobrevivir y para construir un futuro incluso en medio y a pesar de los grandes desafíos.

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