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El mundo cambia rápidamente y sin pedirme permiso

La semana pasada abrí el programa que utilizo desde hace muchos años para leer mi correo electrónico y me encontré con la sorpresa que el programa había cambiado, ya que ahora incluye elementos y características que antes no tenía y que, de hecho, yo no pedí, no me gustan y hacen que todo sea (desde mi punto de vista) más lento.

Debo confesar que me sentí entre molesto y frustrado con el cambio porque, en primer lugar, no fue ni anunciado ni consultado y, en segundo lugar, fue impuesto de tal manera que no hay forma de regresar al programa original.

Repentinamente, sin previo aviso y sin mi participación o deseo, ahora me veo forzado a usar un programa que no me agrada pero que no me deja alternativa, ya que debo usarlo para hacer, ahora de una manera más complicada, lo mismo que yo antes hacía casi con extrema facilidad.

Lo que me sucedió con mi programa lector de correos electrónicos es un ejemplo de lo que a todos nos está sucediendo con el país y con el mundo.

Cada día cuando nos despertamos y abrimos nuestros ojos a la realidad nos damos cuenta que la realidad ya ha cambiado, sin avisarnos, sin pedirnos permiso, y sin importarle cuánto ese cambio nos afecta.

Dos ejemplos. Hace pocos días la Corte de Apelaciones de Nebraska dictaminó, en un fallo que seguramente tendrá implicaciones a nivel nacional, que si un padre o una madre deja a sus hijos en Estados Unidos porque los padres son deportados, esa acción se considera como “abandono y descuido” de los hijos y es causa suficiente para retirarles a los deportados la custodia o la tutela de sus propios hijos.

Y un reciente estudio a nivel nacional realizado por el Congreso de Estados Unidos y luego convalido por estudios similares llevados a cabo en varios estados revela, primero, que año tras año aumenta la cooperación entre los departamentos de policía locales y las autoridades federales de inmigración, causando temor entre los inmigrantes y, segundo, que los más afectados por esa cooperación no son los inmigrantes sino los ciudadanos y residentes legales que aparentan ser inmigrantes.

El inconsulto resquebrajamiento de la realidad es tal que ni la inagotable imaginación de George Orwell podría haberlo creado. 

Vivimos en una época en la que los padres que son forzosamente separados de sus hijos son por eso mismo acusados de abandono y en la que las leyes creadas para detectar a personas indocumentadas afectan mayormente a quienes no lo son.

Hay muchos más ejemplos de cambios bruscos, no anticipados y hasta indeseables que nos golpean a diario, causándonos incertidumbre u haciendo tambalear el sentido mismo de nuestra presencia en este planeta.

Los constantes cambios de dirección en las políticas sociales y económicas representan ante todo, si uno los analiza con atención, un conmovedor grito pidiendo ayuda de aquellos quienes, a pesar de los puestos que ocupan, se ven desbordados por tan graves circunstancias que ni ellos mismos saben cómo responder.

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